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viernes, 4 de noviembre de 2011

LAS CINCO VOCALES DE LA PEDAGOGIA


Para Reflexionar....

Son ellas lo primero que aprendimos en la escuela: a, e, i, o, u. Tal vez nos traigan cadencias musicales y recuerdos de infancia. Están presentes en todas las palabras. Sin ellas no es posible la expresión ni la verdadera comunicación; no es posible el pensamiento.

Para la necesaria construcción de la Pedagogía Popular de Fe y Alegría, voy a dejarme guiar por las cinco vocales y espigar en torno a ellas unas pocas palabras claves, que espero nos ayudarán a afianzar una serie de principios pedagógicos sencillos, esenciales y fáciles de recordar. Yo pongo las vocales. Que cada uno ponga los acentos.

Amor: Es el principio pedagógico esencial. Amor se escribe con “a” de ayuda, apoyo, ánimo, acompañamiento, amistad. El educador es un amigo que ayuda a cada alumno, especialmente a los más débiles y necesitados, a triunfar, a crecer, a ser mejor. El amor crea seguridad, confianza, es inclusivo, no excluye a nadie. Es paciente y sabe esperar, por eso respeta los ritmos y modos de aprender de cada uno y siempre está dispuesto a brindar una nueva oportunidad. Amar no es consentir, sobreproteger, alcahuetear, dejar hacer. El amor no crea dependencia sino que da alas a la libertad e impulsa a ser mejor. Busca el bien-ser y no sólo el bienestar de los demás. Ama el maestro que cree en cada alumno, lo acepta y valora como es, con su cultura, sus carencias, sus talentos, sus heridas, sus problemas, su lenguaje, sus sueños, miedos e ilusiones; celebra y se alegra de los éxitos de cada alumno aunque sean parciales; y siempre está dispuesto a ayudarle para que cada uno llegue tan lejos como le sea posible en su crecimiento y desarrollo integral. Además de amar a sus alumnos, el verdadero educador ama la materia que enseña (por ello siempre está buscando, investigando, actualizándose) y ama el enseñar, es educador por vocación.

Exito: No hay alumnos incapaces, que no sirven. Todos tenemos talentos, dones, posibilidades.
Somos distintos, pero todos valiosos. Todos somos buenos para algo. El reto está en descubrirlo y potenciarlo. Cada uno debe encontrar su propio camino de realización. Todos nacimos para triunfar. El verdadero educador cultiva con tenacidad la pedagogía del éxito, tiene expectativas positivas de cada uno y considera el fracaso de sus alumnos también como su propio fracaso. Evitar el fracaso supone ayudar a cada alumno a descubrir, valorar y potenciar sus dones y cualidades positivas, de modo que pueda realizar su misión en la vida: “Conócete a ti mismo, confía en ti, sé tú mismo”. La pedagogía del éxito es inclusiva y combate con tenacidad todos los mecanismos de exclusión. Implica también garantizar que todos los alumnos adquieran el dominio de las herramientas esenciales de aprendizaje (lectura, escritura, expresión, cálculo, pensamiento, ubicación en el espacio y en el tiempo…), que le van a permitir seguir aprendiendo siempre. Y no olvidemos que el éxito exige esfuerzo, constancia, coraje, vencimiento. Ayudemos a los alumnos a exigirse, a dar lo mejor de sí mismos, a fructificar al máximo sus talentos.

Investigación: No se aprende escuchando al maestro o profesor y repitiendo lo que dice. Ni se
aprende memorizando guías y lecciones. Se aprende buscando, experimentando, reflexionando,
discutiendo, confrontando, creando, inventando, resolviendo problemas. El educador, como un buen entrenador, ayuda, aconseja, corrige, anima, descubre talentos y posibilidades…, pero el que juega es el alumno o, mejor, los alumnos organizados en equipos de investigación. Investigar no es copiar de libros o del internet. Toda investigación supone una búsqueda consciente, un
descubrimiento y la adquisición o profundización de nuevos saberes. Investigar supone practicar más la pedagogía de la pregunta que la de la respuesta, cultivar la curiosidad, el deseo de saber. La base de toda genuina investigación es tener una buena pregunta, querer resolver un problema. El alumno se convierte en un investigador cuando se encuentra con una situación problemática que no puede resolver con los conocimientos que posee. Si alguien la resuelve por él, se habrá perdido una gran oportunidad de aprender. Pero la investigación sólo puede surgir en un ambiente en el que se le proporciona al alumno tiempo para experimentar, manipular, preguntar; materiales que proporcionan información, datos pertinentes, y la oportunidad de comprobar algunas de las soluciones. Esto requiere de un docente que sea investigador, que le guste experimentar, descubrir, buscar.

Organización. No es posible una buena educación sin una organización eficaz y el compromiso con ella de todos los miembros. La organización supone unidad de propósitos, ayuda mutua, unión en la identidad, en la misión y en la vivencia de los valores. Todo en el centro educativo
(horarios, tiempos, reglamento, reuniones, actividades especiales, jornadas de formación de los maestros, selección de cargos…) debe estar orientado a lograr el aprendizaje y crecimiento de los alumnos. Todo el personal (directivos, maestros, bedeles, secretarias, personal de la cantina...) tienen una función educadora. La organización del centro educativo y de cada uno de los salones debe responder a la pedagogía de la comunicación, la responsabilidad, el trabajo, la expresión y la investigación. De nada sirve sustituir los pupitres por mesas u organizar a los alumnos en círculo, si el educador sigue acaparando la palabra. La organización supone una buena planificación y una evaluación permanente y formativa. Cada uno tiene que saber bien lo que tiene que hacer y asumirlo con responsabilidad. “Quien no sabe dónde va, es posible que no llegue”. “Si no sabemos dónde vamos, no tiene sentido el ir juntos”.

Utopía: Para no perder nunca la ilusión, para no conformarse con los pequeños logros, para
superar la tentación de la rutina, el acomodo, la mediocridad, la desesperanza. Utopía para confrontar la crisis de fe, crisis de esperanza, crisis de compromiso que carcome nuestra cultura.
Utopía que se niega a aceptar que no son posibles las transformaciones y cambios profundos, la posibilidad de construir una sociedad más humana y un futuro digno para todos. Utopía que,
porque espera, se compromete, y se transforma en osadía y fuerza para afrontar los nuevos retos. Utopía que asume la educación como una tarea humanizadora, capaz de tocar las fibras más sensibles del ser humano e invitarle a la valentía del servicio, la solidaridad y la libertad. Utopía que nace y se sustenta en una gran fe comprometida.
Tomado de: Educar para humanizar
Autor:Antonio Pérez Esclarin

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